El pasado viernes día 15 de marzo de 2019 se realizó en la Cafetería Marbella la quinta y última Barferencia de Invierno 2018-19 en A Guarda, un ciclo que en esta edición contó con un total de 5 citas, en las que la afluencia de público fue extraordinaria.
Los asistentes conocieron como fue el paso de este recinto fortificado en pleno centro de A Guarda tras la Guerra de Restauración Portuguesa y su paso de fortificación a elemento patrimonial, gracias a las explicaciones de Rebeca Blanco Rotea.
En palabras de Rebeca Blanco Rotea, la fortaleza de Santa Cruz es una fortificación gallega de época moderna conservada en el extremo más suroccidental de Galicia, y formó parte del sistema defensivo gallego que protegía a las poblaciones y al territorio situado a este lado del Miño, aunque cayó en manos portuguesas en 1665, donde se mantuvo hasta la firma del tratado de paz de Lisboa en 1668.
Santa Cruz formaba parte de un conjunto mayor que controlaba esta zona de la frontera (un conjunto formado por la Atalaya de A Guarda, la batería de Camposancos, la garita del Monte Torroso, el facho de Santa Trega), protegiendo la villa de A Guarda de los posibles ataques desde el norte y el oeste, y los diferentes accesos a la misma, bien fuesen por tierra, por mar o por el río.
Construido entre 1662 y 1664, es atribuido a los hermanos Carlos y Fernando Grunnenberg (Garrido 1989: 116, Cobos y Castro 2005: 86), responde a los principios de la fortificación abaluartada característica de la Edad Moderna. Presenta una planta romboidal, con cuatro baluartes en las esquinas, y medias lunas que defienden las cortinas entre baluartes, todo ello rodeado por caminos abiertos y fosos. En 1665, pasa a manos portuguesas, una vez ocupada la villa y capitulado el gobernador.
A partir del tratado de 1668, la frontera se mantiene en un estado relativo de paz, y se mantienen las plazas principales, mientras sigue el proceso constructivo en algunas de ellas, fundamentalmente las grandes fortificaciones permanentes. Otras fortificaciones se destruyen, y unas terceras se hacen de nueva planta, como el caso de la del Fuerte de San Lourenzo.
Santa Cuz será uno de esos fuertes que se mantienen en el tiempo, en poder del Estado Español hasta 1860, momento en el que se vende por parcelas en subasta pública, y fue adquirido por varios propietarios como D. Juan Puebla o D. Ángel González Sobrino, quien restauró las murallas, modernizó la zona interior y habilitó otros sectores para cultivo. En la barferencia se analizó esta etapa, desde el 1668 hasta la actualidad, en concreto, Enero del 2016, momento en el que se abre el espacio al público y se destinan los edificios interiores a un pequeño centro de interpretación, que contiene una pequeña exposición y está destinado también a la elaboración de talleres. Se revisó como un fuerte sufre un proceso similar al de otras fortificaciones gallegas que pierden ahora su función como fortaleza y comienzan a sufrir un proceso de olvido de su memoria que va, en parte, articulado a la transformación urbana que viven nuestras ciudades y villas a partir de la segunda mitad del siglo XIX y, sobre todo, en el siglo XX momento en que este pasa a formar parte del Patrimonio gallego como monumento y Bien de Interés Cultural, con todo lo que esta figura conlleva. Ya en el siglo XXI el fuerte pasa por un proceso de patrimonialización que termina en su recuperación por parte de las administraciones públicas, por su recuperación y puesta en valor.
Al finalizar, Rebeca Blanco Rotea explicó el proceso por el cual el Castillo de Santa Cruz pasa de ser un símbolo de la defensa de un territorio, a ser un elemento patrimonial cuya funcionalidad va a depender de muchos factores, en los que intervienen, a su vez, muchos agentes. Esa nueva identidad podrá tener diferentes vertientes, convirtiéndose así ahora en un fuerte referente identitario, patrimonial, cultural o social.
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